DESDE TUFIA

DESDE TUFIA
(Julio 2007)

Aquí, en mi casa cueva del risco de Tufia, desde donde se divisa la Bahía de Gando y si levanto mucho el cuello y afino la vista hasta a la innombrale San Borondón, o Non trubada o encubierta, como le daban por llamarla, espero al nieto de Onofre Troya.
Sobre la mesa, una barca invertida de madera con el nombre de “La Maruca”, un hato de cartas amarradas todas con remite O' Brasil.
Mi vecina, menuda golisneadora , me ha dado un recado. - Un muchacho estuvo preguntando por usted esta mañana, le dije que hasta la tarde no venía.
¿Un muchacho? - Si, uno moreno y grande con acento de pá fuera, con una moto grande y que me dijo..espere que lo apunté ¡Ay mi “cabesa”! ¿donde dejé yo el papé ese muchacha...? ¡Ah si aquí! Soy el nieto de Onofre Troya que busca a la nieta de Maruca Vargas y me dijo que le dieron razón de que si vivia aquí, que la quiere conocer, saludar y darle memoria de su abuelo.
¿De la moto? Si aquí no puede entrar ninguna moto.
Yá, pero la escandalera si llegó, tendría tupío el tubo escape.
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Mi novio se tuvo que ir porque mi padre no lo queria pá mi. Eso contaba mi abuela Maruca y lo decía como si fuera ayer, siempre la misma matraquilla, en esta misma casa que se compró con los dineros que le mandó de las Américas para ayudarla al “malpasar” los dias de la guerra. La casa y las barcas que les dió de comer a ella y a su familia. Y no que a nadie se le ocurriera decir una palabra mala del tal Onofre, que no vino porque no le dio la gana, que mandando dinero se creía que ya había cumplido con la que dejó botada, que que facil decir te quiero Maruca y largarse para no volver. Los ojos te clavaba a la menor palabra en contra del esquivo, cobarde y poco cumplidor Onofre , el de las mil excusas.
El día que tuve que leerle la carta donde le hablaban de la muerte de su eterno novio, la escuchó con una calma asombrosa y le dio por ponerse dramática y misteriosa. Ya me puedo ir tranquila, fue lo que dijo cuando terminé de leer. En las siguientes semanas eso fue lo que hizo, preparse para irse de viaje. Mando llamar a un notario de Telde, ordenó sus cosas, regaló otras, miraba el mar y a mi me miraba ... diciéndome una vez más, mi niña eres igualita a mí, cosa más igualita. A ver..date la vuelta. - Lo mismito que el mio, un culo parriba. Parriba no se dice abuela, se dice respingón. Pues eso, lo que yo dije.
A mi nieta María le dejo mi casa de Tufia y mis cosas. Esta casa pá ti y no la vendas. Quiero que vivas en ella.- Si abuela.-Acuerdate mi hija, en la caja verde, al fondo del armario tengo las cartas y no la abras hasta que yo no esté.
Sus ojos en los últimos dias sentada en la balconada volaban por encima de las barcas de la orilla, más allá de la bahía, por encima del Atlántico...no sé hasta donde. Se fue una madrugada ventosa de noviembre, del mismo año 86 en el que murió su novio el calafate. Dejó de respirar en la cama de su casa de Tufia, alrrededor de ella su familia. Yo estaba viendo amanecer con un café en la mano y al entrar en su cuarto ya mi abuela no estaba. No había nada dentro de ella. Su cara sin expresión así lo indicaba. Le cerré los ojos y salí de nuevo a la terraza a terminar de ver el amanecer a través del velo de mis lágrimas.
En el horizonte de este suave atardecer de julio en el que espero al nieto de Onofre Troya, el vaivén de una vela se hincha y se desinfla al conjuro del Alisio.


Fín de la historia de Maruca Vargas